El bufón vuelve a escena… y se tropieza con su propio pie

Se les acabó la tinta, pero no las ganas de seguir desvariando. El Bufón de San Roque, ese personaje que hace tiempo que cambió la sátira por la autocomplacencia y la crítica por el ajuste de cuentas personal, ha vuelto a publicar otra de sus iluminadas piezas... y, como ya es costumbre, ha vuelto a perder el norte.

Le faltó tiempo para caer en lo de siempre: el rollo de los "escritores a sueldo", las "mentes supeditadas al poder", los “paganinis públicos”… y el discurso de que él, y solo él, es el último defensor de la verdad, la ética y la pureza espiritual del municipio. Una pena. Un artículo más que suma al archivo del victimismo y la arrogancia.

Después de varios párrafos en los que juega a ser intelectual, el bufón se entretiene buscando palabras como si fuera el custodio de la RAE. Tras varias vueltas semánticas y tonteos lingüísticos, nos regala una reflexión sobre el término “amanuense”, y lo usa para arremeter contra quien ose responderle con claridad. Como si escribir bien y con datos fuera pecado.

Lo más divertido es que el Bufón critica los insultos… insultando. Habla de rigor… desbarrando. Señala cobros con dinero público… pero olvida los suyos. Porque cuando uno ha sido asesor, y ha tenido un sueldo con cargo al erario, el espejo debería doler antes de ponerse a repartir dignidades ajenas.

Su mayor error, como siempre, es creer que hablar con altura es sinónimo de servilismo. Que dar la cara con nombre y apellidos es de “amanuenses”, pero esconderse tras una página de Facebook con seudónimo es valentía. Que los que lo critican lo hacen por encargo, mientras él, claro, es un mártir de la libertad de expresión.

Y lo más preocupante: cuando ya no hay mensaje, se inventa un enemigo. El método es viejo: ridiculiza al otro, lo acusa de cobrar, lo llama servil y, acto seguido, se autoproclama el único faro de la dignidad. Pero la verdad es que hace tiempo que va proa al marisco, y su barco —aunque no lo quiera ver— tiene más agujeros que credibilidad.

Y no, no cuela ya el argumento del “puro rodeado de vendidos”. Nadie con dos dedos de frente se traga que todo el mundo esté comprado… menos él. Ni el panadero del barrio —que madruga más y miente menos— cree ya ese cuento.

Bufón, te has vuelto a equivocar de público. Tu show se repite tanto que ya ni entretiene. El único amanuense aquí es el que escribe para seguir creyéndose indispensable. Pero no te preocupes, hay sitio para todos en la historia… incluso para los bufones.

Luis Verde.