Opinión
Valsequillo se apaga: cuando las fiestas dejan de ser de todos
Reflexión de Romén Suárez

“Vengo desde Gáldar vestida así (de los años 60) y estoy pasando vergüenza porque no hay nadie vestido”. Esto me comentaba una visitante de nuestro pueblo la noche del guateque.
Si fuiste al Guateque de los Años 60 sabrás de lo que hablo, no solo media plaza vacía, poca gente vestida para la ocasión y aún menos gente del pueblo con atuendos de la época. “Mira, este sí viene vestido”, así comenzó la conversación esta muchacha, que consiguió que recordase el orgullo con el que uno hablaba de nuestras fiestas y con la pena que uno habla ahora.
No se trata de culpar a nadie ni lanzar críticas sin ton ni son, se trata de recordar que una vez este pueblo estaba unido —más allá de problemas y disputas particulares que siempre habrá— y las fiestas fueron el eje vertebrador de esa comunión vecinal. Compartíamos tiempo y espacio con personas con las que ya teníamos algo en común, algo que nos acercaba.
Donde antes había vecinos organizando verbenas, concursos y romerías desde abajo, hoy predominan los actos institucionales y una sensación de desconexión palpable.
Y es que, aunque el Ayuntamiento lance un programa increíble con cultura, deporte y tradición, la participación ciudadana real —la que nace de las asociaciones, colectivos y vecinos— sigue siendo notablemente baja. Esto no es casualidad.
Si tienes cierta edad, los que somos o nos acercamos a la “puretidad”, seguro recuerdas todo lo que se hacía no hace tanto en unas fiestas que eran envidiadas fuera de aquí:
*Organizadas por asambleas vecinales, donde cada barrio proponía actividades.
*Impulsadas por empresas locales y ASBA, cuya función era básicamente proveer de lo necesario para llevar a cabo las iniciativas de los vecinos (por locas que fuesen muchas veces).
*Basadas en la colaboración, no en la lealtad política.
En ese modelo, las fiestas no eran un “evento municipal”, sino una celebración colectiva del tejido social valsequillero.
Con el paso del tiempo, y tras varias legislaturas acumulando poder, participar en la vida festiva del pueblo ha dejado de ser un derecho y un placer para convertirse en una cuestión de afinidad política. Y repito que no es una crítica, relato los hechos que veo:
*Trabas burocráticas a colectivos no alineados (permisos denegados, plazos imposibles, falta de apoyo logístico).
*Facilidades desproporcionadas a grupos afines (acceso prioritario a espacios, financiación rápida, visibilidad institucional).
*La instrumentalización de las fiestas como escaparate del partido en el poder, en lugar de espacio de encuentro plural.
Esto genera desánimo, desconfianza y deserción: quienes antes se implicaban, hoy se retiran, porque sienten que su esfuerzo no es valorado si no “pertenecen al grupo correcto”.
Las consecuencias son lo que hemos visto en las fiestas en honor a San Miguel Arcángel, que han sido de todo menos emocionantes y vibrantes, sin la alegría de los del pueblo y con la decepción de los que vienen a disfrutarlas con nosotros. Pero no creas que se quedan ahí, hay más que quizás no sean tan obvias:
*Se pierde diversidad cultural (menos propuestas distintas, menos creatividad).
*Se debilita el sentido de pertenencia.
*Se alimenta la apatía ciudadana, que luego se traslada a otros ámbitos: limpieza, seguridad, cuidado del espacio público, ...
Como señalan estudios sobre participación en Canarias, cuando las fiestas se politizan, dejan de cumplir su función integradora y se convierten en un espejo de las fracturas sociales.
Ahora vamos con la parte positiva: nadie puede impedirnos asociarnos para aportar y mejorar el pueblo, por más trabas que pongan.
Desde la Asociación Amigos de La Suelta del Perro Maldito, que consiguió salvar el acto quizás más representativo de nuestras fiestas, hasta la recién recuperada Asociación de Vecinos del Casco AÑATEN, que, a raíz de la vergüenza de no tener carroza el año pasado en la romería, este año participó como primer acto en la romería, ganando además el primer puesto del concurso con el que iremos a Teror en representación de Valsequillo el año que viene.
No es casualidad que un grupo de vecinos salvara La Suelta o ganara el primer premio de la romería este año (aunque parezca baladí), es la prueba de que solo con ganas e ilusión salen las cosas más memorables, porque se hacen desde el corazón para beneficio de todos, de Valsequillo y los valsequilleros.
Insisto: esto no es una acusación, sino un llamado a recuperar lo que nos une. Una propuesta para volver a lo esencial, de reconstruir:
- Despolitizar las comisiones de fiestas: que estén formadas por representantes de asociaciones, no por designados políticos.
- Transparencia en la asignación de recursos: criterios claros, públicos y objetivos para apoyar iniciativas.
- Revitalizar el concejo abierto: espacios reales de deliberación vecinal, como los que existían en el pasado.
- Incentivar la neutralidad institucional: que el Ayuntamiento facilite, no dirija ni filtre.
Y recordar: Las fiestas no son del alcalde, ni del partido gobernante. Son de todos los valsequilleros. Y solo serán vibrantes si vuelven a ser nuestras.
Aunque parezca que me centro en algo superficial que no responde a los problemas reales de la gente, si te paras a pensarlo: ¿qué mejor excusa hay para reunirnos y compartir que una fiesta? Es en la preparación de esas celebraciones donde la gente se conoce y crea lazos, trabajando juntos, y, solo entonces, surgen sinergias más allá y se ve la solidaridad vecinal.
Antes no existía una red de seguridad social estatal, pero sí una economía de reciprocidad: se ayudaba en las cosechas, se cuidaba a los enfermos o ancianos, y se compartían herramientas o animales. Las fiestas son la excusa necesaria para algo mayor: tenernos los unos a los otros.
Valsequillo tiene alma. Se ve en su romería, en sus tradiciones, en su verso improvisado, en el ‘Perro Maldito’ que vuelve a crecer en impacto gracias al esfuerzo de vecinos anónimos. Pero esa alma se apaga si la participación se convierte en privilegio.
Hagamos que las fiestas vuelvan a ser lo que siempre fueron: una fiesta de todos.
Romén Suárez Rodríguez es vecino de Valsequillo.
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