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Desde La Barrera

Sosete, el trovador del rencor, se atraganta con su propia 'almendra amarga'

El bufón dice que otros están en decadencia, pero la única decadencia visible es la suya, la del opinador que confunde notoriedad con ruido

LUIS VERDE

Hay bufones que hacen reír, y luego está Sosete, que ni eso. Su última entrega de veneno, disfrazada de artículo, es tan torpe que debería venir con etiqueta de advertencia: “Consumir bajo supervisión médica. Puede causar vergüenza ajena inmediata”.

 

En su delirante sermón, el bufón de Valsequillo se autoproclama juez, notario y enterrador político, mientras reparte “almendras amargas” como quien lanza cacahuetes rancios en una jaula vacía. Su obsesión con Francisco Atta y Fabiola Calderín roza ya el terreno de la patología. No escribe: ajusta cuentas con su propio resentimiento.

 

El texto —si así puede llamarse— es una mezcolanza de chismes, rencores y ocurrencias de bar. Habla de trajes, de bastones de mando, de brujas y de Finaos… todo mezclado con el tacto literario de una motosierra. La “gracia” que intenta no llega ni a la esquina, y su “humor” tiene la cadencia del ventilador de una cantina cerrada: mucho ruido, nada de frescura.

 

Más que un editorial, parece un berrinche con párrafos. Más que sátira, un vómito de frustración mal digerido.

 

El problema no es que critique —porque criticar es sano—, sino que lo hace sin rigor, sin estilo y sin respeto. Ataca a los mismos de siempre con el mismo repertorio gastado, creyendo que repetir insultos lo convierte en valiente. Pero lo único que logra es confirmar su condición de bufón sosete: el tipo que no hace reír, ni convencer, ni pensar. Solo molesta.

 

Y mientras presume de “poner las cosas en su sitio”, su medio, una especie de agujero digital, se hunde en su propia irrelevancia. El bufón dice que otros están en decadencia, pero la única decadencia visible es la suya, la del opinador que confunde notoriedad con ruido y periodismo con ajuste de cuentas personal.

 

Lo más tragicómico es su intento de erigirse en paladín de la “convivencia vecinal” mientras dedica párrafos enteros a insultar, distorsionar y sembrar cizaña. Predica paz con la misma boca con la que escupe bilis. Y todo ello bajo una supuesta bandera de “información veraz”, esa expresión que en su teclado suena como un mal chiste contado por WhatsApp a las tres de la mañana.

 

Decir que este sujeto hace periodismo es como decir que un loro recita poesía porque repite lo que oye. Lo suyo no es informar, es desahogarse con pseudónimo y teclado. Y lo de su artículo, más que “almendra amarga”, es puro alpiste para mentes perezosas.

 

Pero quizá haya que darle la razón en una cosa: en Valsequillo, efectivamente, se avecinan “nubarrones”. Solo que no son políticos, sino los que trae cada vez que abre la boca un tipo incapaz de distinguir entre sátira y pataleta.

 

El bufón sosete ha vuelto a montar su función de feria. Solo le falta el tambor y la gorra para completar el cuadro. Mientras tanto, el público bosteza, y los verdaderos periodistas —los que contrastan, informan y firman con nombre y apellidos— seguimos en lo nuestro: trabajando, no ladrando.

 

Luis Verde, vecino declarado antibufón.

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