Desde La Barrera
El politólogo de barra y su obsesión con hacer leña del árbol caído
Los nuevos gobernantes de Valsequillo harían bien en mantener la distancia prudente con estos personajes de feria

Lo de algunos opinadores locales de Valsequillo daría para una tesis —o para una tragicomedia— sobre el arte de hablar sin saber y escribir sin haber olido nunca el rigor. El autoproclamado analista, bufón de sus propias redes y politólogo del tres al cuarto, vuelve a sus andadas: revolviendo en la basura del árbol caído, convencido de que el ruido sustituye a los hechos y la grandilocuencia a la verdad.
Con su habitual talento para el ridículo, se lanzó a celebrar lo que creía una exclusiva que ya era historia. La noticia había sido adelantada —con más de media hora de margen y fuentes contrastadas— por quien hace periodismo de verdad. Pero claro, cuando uno confunde el teclado con el púlpito y el ego con la información, pasa lo que pasa: se engulle la noticia como un becario con prisa y se presenta como visionario cuando apenas llega a cronista tardío.
Hay quien presume de haber “descubierto el milagro” mientras repite lo que otros contaron antes, sin pudor, sin contraste y sin sentido del ridículo. Y todavía tiene el descaro de dictar sentencias políticas, de repartir carnés de honradez, de lanzar flores a unos y piedras a otros según sople el viento del poder o de la venganza.
Lo peor no es la falta de rigor —que ya se da por perdida— sino la necesidad constante de protagonismo, esa ansiedad por colgarse medallas de cartón en medio del desierto del criterio. No hay análisis, hay terapia; no hay periodismo, hay desahogo. Y en ese lodazal de egos, las verdades se pierden entre las mayúsculas y las exclamaciones, mientras el personaje se hincha como un globo lleno de aire ajeno.
Los nuevos gobernantes de Valsequillo harían bien en mantener la distancia prudente con estos personajes de feria. Son los mismos que hoy aplauden con las dos manos lo que mañana apuñalarán con el dedo índice. Expertos en arrimarse al sol que más calienta, en vestir de civismo lo que no pasa de oportunismo, en predicar moral con las manos metidas en el bolsillo de la manipulación.
El bufón sosete se cree politólogo, pero no pasa de opinador de sobremesa. Y cada vez que abre la boca, el oficio del periodismo llora un poco más. Porque hacer leña del árbol caído no es valentía: es cobardía con micrófono y teclado.
Luis Verde, vecino declarado antibufón.




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