Cuando se hace la luz

El jueves pasado, en el pleno, ocurrió algo que parecía sencillo: hablamos de pagar facturas. Luz y telefonía. Nada épico, nada grandilocuente. Lo cotidiano de un municipio que funciona, como cualquier casa, conectándose y encendiéndose.

Pero la política siempre tiene doble fondo. A veces el interruptor ilumina mucho más de lo que se pretende alumbrar.

Lo que descubrimos sobre la mesa no eran dos recibos sueltos, olvidados por descuido. Era casi un año de suministro eléctrico sin pagar. Un año confiando en que nadie cortaría el cable. Un año sin que el procedimiento acompañara al gasto, como si la administración pudiera sostenerse solo del hábito, del “siempre ha sido así”.

En esa sala, mientras discutíamos cómo regularizar la situación, me reafirmaba en algo de la forma más práctica que es posible: la transparencia no es un concepto, es una decisión diaria.

Hasta ese momento, las facturas se tramitaban por decreto como bien manifestaron y defendieron quienes hasta hace unos días gobernaban en minoría. Firmadas, gestionadas, resueltas, pero lejos del debate público. Y ahora que se exponen a la luz, ahora que se someten al Pleno, la sorpresa cambia de lado. Antes sorprendía una pregunta; hoy sorprende que sorprenda el aviso de corte. La política tiene estos reflejos curiosos.

A veces no es el problema lo que incomoda, sino que se vea el problema.

Y justo ahí conviene detenerse un instante. no para hablar del fallo, sino de quienes sostienen la estructura para que no se derrumbe.

Porque a pesar de la acumulación de facturas, el trabajo de empleados y empleadas públicos es lo que mantiene la maquinaria en marcha mientras otros discuten dónde poner la llave. He visto profesionalidad y compromiso en quienes hacen posible que el municipio siga latiendo, incluso cuando les faltan herramientas o cuando el sistema llega justo. Ese mérito también merece luz y siento orgullo de ello.

No negaré que sentí un punto de asombro —o quizá fue vértigo— al comprobar que durante tanto tiempo se dejó de pagar algo tan básico. 61 facturas de electricidad. 12 de telefonía. Más de 112.000 euros. No por falta de dinero, sino por falta de interés y de seriedad. Por la costumbre de que el procedimiento administrativo reglado ya se arreglaría más adelante. Por la idea cómoda de que gobernar es firmar y seguir.

Pero gobernar no es eso. Gobernar es dar la cara. Contar qué se hace, cómo se hace, cuánto cuesta o costó hacerlo.

Llevo diez días en esta tarea y siento que cada día es una caja que se abre: dentro no solo hay números, hay inercias, modelos, formas de hacer. No es fácil cambiar rutas que llevan años transitándose. Pero apagar el piloto automático y encender la luz tiene algo liberador, como cuando uno ventila una habitación y descubre que ya no hace falta encender incienso para tapar el olor. Basta con abrir la ventana.

Ahora, con la luz encendida y el aire renovado, toca mirar adelante y asumir el reto que supone reconstruir la confianza, no solo dentro del Ayuntamiento, sino también con los vecinos y vecinas que esperan una gestión responsable y transparente. Ser conscientes de lo que se ha hecho nos impulsa a trabajar con más rigor, a revisar los procedimientos y a buscar soluciones que prevengan que situaciones como esta se repitan. Sé que no será sencillo, que habrá alguna resistencia y que el cambio, aunque necesario, a menudo incomoda. Sin embargo, confío en que, desde la honestidad y el compromiso con lo público, lograremos fortalecer la administración y devolverle el valor que merece. Porque gobernar, al fin y al cabo, es elegir cada día entre la comodidad de la penumbra o la valentía de abrir las ventanas y dejar que la luz entre de verdad.

El jueves aprobamos facturas. Sí. Pero también hicimos otra cosa menos visible y más importante: dejamos entrar la luz.

Víctor Navarro Delgado es concejal delegado de Desarrollo Local, Hacienda y Deportes del Ayuntamiento de Valsequillo de Gran Canaria.